
En tiempos de redes sociales, cada vez es más común que la canción “Burbujas de Amor” se interprete de una forma más explícita que poética.
La letra de esta composición, que había sido inspirada por el libro Rayuela del escritor Julio Cortazar y en una página particular donde se hacía referencia a peces en una pecera, terminó como inspiración de la que ahora podríamos considerar como una de las canciones románticas más gigantes de la música latina.
Si bien Cortazar fue la inspiración primaria de Juan Luis Guerra, la interpretación sexual que el público le ha dado a la icónica frase “para tocar mi nariz en tu pecera”, también es pertinente. Por ejemplo, en el libro La Fórmula Despacito de Leila Cobo, Roger Zayas, uno de los miembros fundadores de la orquesta 440 –que por décadas ha acompañado al artista–, lo deja claro: “Es evidente. Pero es una forma elegante, hermosa de decirlo”.
Ahora bien, ni la licencia cortazariana ni la referencia sexual fueron las responsables de que esta canción se transformara en un hit, sino las habilidades literarias de Guerra. En este punto me surge una duda, si el término poeta ha sido tan usado y abusado para referir a artistas que hacen buenas letras, ¿de qué manera podría llamarse a un compositor que arranca una canción con la frase “tengo un corazón, mutilado de esperanza y de razón?».
Desarmar un verbo tan despiadado como “mutilar”, para aplicarlo al enamoramiento es sólo una de las tantas genialidades que ocurren a lo largo de los 4:10 minutos que dura esta canción. Juan Luis Guerra también habla de un corazón que no atrapa (o pesca) su cordura, de una cintura que el artista quiere bordar con corales, mientras se suelta una de las partes más simples y más hermosas que tiene la canción:
“Quisiera ser un pez
Para tocar mi nariz en tu pecera
Y hacer burbujas de amor por dondequiera
Pasar la noche en vela…”
Todo muy bonito, pero esta es una de esas canciones que no sólo se entienden con la letra.
Resulta que a fines de los años ochenta, la bachata no era conocida por ser un género de letras bonitas y guitarristas impresionantes, como bien recuerda el influencer y percusionista Pato Smink en uno de sus videos (“esta música rural tenía mucho prejuicio en Santo Domingo […] su baile sensual era una de las causas de esta polémica”), sino que estaba asociada con un sonido que las clases altas consideraban como marginal y los medios de comunicación no querían difundir.
Juan Luis Guerra había crecido escuchando mucha bachata y, como fanático de The Beatles y muchas grandes bandas de rock, se sentía cautivado por ese género musical. Además, un pequeño detallito adicional, así chiquitico: el hombre tenía un diplomado en composición de jazz del prestigioso instituto Berkley. Casi nadita.
Fue él quien cambió las reglas de juego cuando en 1990 publicó Bachata Rosa, un disco que recibe este nombre –en parte– por el enfoque más pop con el que el artista dominicano quiso abordar este género musical.
Como muchos recuerdan, a Juan Luis Guerra entonces lo conocían por éxitos como “Ojalá Que Llueva Café” y, en menor medida, por merengues que actualmente también son clásicos del género como “Woman Del Callao” o “Visa Para Un Sueño’.
Si bien su disco de 1990 apostó duro por el cuestionado estilo musical dominicano, con canciones como “Bachata Rosa” o “Estrellitas Y Duendes”, el cantautor se encargó de apuntalar ese éxito previamente conseguido con el acuático primer sencillo del disco.
“Burbujas de Amor” es una canción tan hermosa, que a lo largo de la historia también ha sido versionada por grandes talentos como Niña Pastori, Eugenia León (en compañía de Natalia Lafourcade) y hasta Juliana, la promesa contemporánea del pop colombiano que casualmente esta semana está lanzando el disco que podría catapultarla al estrellato internacional: La Pista.
En 1990 también fue seleccionada como Canción del Año por Billboard, mucho antes de que existiera la división latina de la versión original de nuestra revista.
Retomando la letra, también vale la pena remarcar que resulta paradójico que haya sido una canción capaz de abordar el sexo de forma tan poética, la que le haya demostrado a los detractores dominicanos que la bachata también podía tener clase y que ser una de las mejores cartas de presentación de la isla.
Es posible que la razón por la que la composición todavía funciona, a casi 35 años de su lanzamiento y más como invitación romántica que incitación sexual, esté conectada con la delicadeza de todas esas referencias submarinas previamente descritas.
Además, tiene todo el sentido del mundo que un músico proveniente de la paradisiaca República Dominicana, le dedique una canción semejante a su amada, que encima termina con la referencia más isleña y pasional de todas:
“Vaciar esta locura, mojado en ti”.